Aterrizamos ayer en Frankfurt-Hahn a las 20.25 (sí, ya escribo la hora como los alemanes) y por un golpe de suerte pudimos coger el autobús que salía hacia Mainz a las 20.30. No es que hayamos corrido hasta la parada (aunque por el frío que hacía seguramente no hubiera sorprendido a nadie que lo hiciéramos) , sino que el bus salió tarde, y el autobusero, aunque despotricando contra todo, nos dejó subirnos.
Dentro, silencio. No se oía ni cómo respiraban. Sí, hemos llegado a Alemania, y sí, esto es muy diferente a España. Vicente y yo nos sentamos al fondo, en la penúltima fila, y la atmósfera nos obligó a sumergirnos en nuestros pensamientos. Al menos él, porque yo me puse a hablar (y con el volumen español, no iba yo a renunciar a mis “principios patrios” a estas alturas) con una valenciana que trabaja en la universidad de Mainz desde hace doce años.
Lo más importante de la conversación es que descubrí que allí los alquileres pueden ser warm o kalt (caliente o frío). Warm significa que incluye todo los gastos, como la calefacción, el agua, el gas, la luz,… y kalt, que no. La verdad es que no tengo ni idea de qué tipo de alquiler tengo, pero será cuestión de preguntarlo, porque parece ser que allí vale la pena comprarse mil mantas antes que encender la calefacción, que según me contó la mujer es carísima.
Llegamos a la Hauptbahnhof (estación central) de Mainz, y las peores pesadillas de Vicente se cumplieron cuando bajamos del autobús y de Carina no había ni rastro. Bueno, pues vamos a llegar por nuestra cuenta al Jugendherberge (DJH, albergue juvenil). Diez minutos antes de salir hacia el aeropuerto se nos ocurrió mirar cómo ir hasta allá, así que solo sabíamos tres maneras, y eran el 62, el 63 y el 92. Encontramos la parada del 62, y ya íbamos a subir cuando Carina me llamó. Que la esperáramos en el restaurante Besitos, enfrente de la estación.
Entramos allí, y la verdad es que ese sitio era de todo menos español. La luz era tenue, la gente hablaba casi en susurros (éste no es un país para sordos), y las paredes estaban llenas de carteles en inglés anunciando corridas de toros. Solo faltaba que en los cartelitos del baño hubiera un torero y una sevillana para rematar un tópico típico… y así fue.
Cuando llegó nuestra salvadora (que además venía preparada con un mapa de bolsillo de Mainz y otro infantil), fuimos hacia el albergue (el billete de bus cuesta 2,20 euros!! Sablazo!). También ella tenía miedo de llegar más tarde de las doce, así que no se nos ocurrió otra cosa que, cuando el bus nos dejó a cinco metros de la calle donde estaba el DJH, comenzar a andar en la otra dirección. El tiempo iba pasando, y nuestra preocupación crecía, aunque la cosa no pasó de ahí y llegamos, sanos y salvos, a las doce menos cuarto.
Fuimos a la habitación y, mientras abríamos la puerta, los niños de la habitación de enfrente nos preguntaron si habíamos visto a algún profesor abajo. Ya me diréis qué pinta tiene un profesor, porque yo aún no los sé diferenciar del resto. Comprobamos que la habitación estaba bien, y que no íbamos a poder dormir juntos ni de coña (las camas son aún más estrechas en Alemania), y nos fuimos otra vez a la calle. Que por cierto, qué miedo dan. En aquella zona no hay casi farolas, las persianas de las casas están cerradas y parece un pueblo abandonado. Los cuatro (Benni, el novio de Carina, se nos había unido entretanto) a que pasara un autobús que los devolviera a su casa. Importante: allí pasan cada media hora, más o menos. Hacía tanto frío que acabamos haciendo tiempo en un banco (de los de dinero, por si había alguna duda), porque así al menos estábamos calentitos.
Aviso: El sonido de este vídeo está muy bajito, así que sube los altavoces.
Hoy nos hemos despertado con los portazos de los niños de anoche, que deben de ser de algún colegio, porque leí que el DJH tiene precios especiales para viajes de clase. Vicente y yo ya intuíamos que el día sería largo, aunque aún no sabíamos hasta qué punto…
Atravesamos los parques Volkspark y Rosengarten (el segundo es mucho más bonito) y llegamos al centro, donde descubrimos la mente perversa que tienen los alemanes, que ponen la oficina de información turística (Touristik Zentral) en un lugar al que es prácticamente imposible llegar si no se sabe dónde está. Nosotros fuimos unos de los pocos turistas que lo encontraron, pero gracias a que no abandonamos la búsqueda aunque ya hubiera preguntado a más de cuatro personas.
Vimos el ayuntamiento desde fuera, y hay que decir que es feo (muy gris) y que su arquitectura no tiene nada que ver con la del de Valencia. Entré en una tienda de T-Mobile para preguntar cuánto cuesta una tarjeta, porque quiero comprar un número alemán al que puedan llamarme mis futuros amiguitos y amiguitas. Y poco más.
Cuando llegamos a mi futura casa estaba nerviosa. Me hacía mucha ilusión ver una habitación por dentro y les pregunté a unos obreros si me dejaban entrar. Me dijeron que de ellos no dependía, pero que no habían visto nada, así que entré. Aquí tenéis las fotos:
Más tarde fuimos a mi nueva universidad. El Institut für Publizistik es horrible, aunque la facultad de Filología no es mucho mejor, así que no me quejaré. A estas alturas el cansancio ya se notaba, así que nos sentamos en un banco a dejar que el sol nos calentara un poco. Comprobamos que ese sol da, pero no calienta, y un poco defraudados nos fuimos hacia el centro, donde habíamos quedado con Carina. De camino pasamos por una tienda de colchones y vi que los nórdicos (200x135) y los almohadones (80x80) están muy baratos, así que he descartado la idea de llevarme el nórdico desde Valencia.
Me había llevado una lista de cosas que tenía que hacer, y la verdad es que el viaje no fue muy productivo en ese sentido. No me pude abrir una cuenta corriente porque no tengo el papelito del ayuntamiento que certifica que vivo en Mainz ni me compré un móvil alemán. A cambio vimos el Dom (catedral) desde fuera, una fuente preciosa de unos niños con paraguas (ayy, cuánto me va a llover allá que hasta hacen fuentes sobre eso), la Schillerplatz, donde comienza el carnaval el 11 del 11 a las 11 y 11, y hemos probado la Coupe Journaliste de una cafetería (Extrablatt). Qué helado, madre mía, qué bueno… Repetiré, sin duda.
Cenamos en un restaurante alemán los cuatro, y fue nuestra primera cena de parejas. Vicente no se lo acabó de pasar bien porque íbamos cambiando de idioma para que cada vez se enterara un novio. Yo acabé con la cabeza hecha un bombo de tanto traducir, menudo lío. Y bueno, me di cuenta de que no tengo ni idea de cómo se dicen en alemán los alimentos, las formas de cocinar y en general todas las palabras relacionadas con la comida. “Afortunadamente” esa no va a ser una de mis preocupaciones, porque la idea es cocinar en mi pequeña Kochnische.
Después aún sacamos fuerzas para ir a un bar literario muy mono (la verdad es que no tengo ni idea de dónde está). Un libro sobre cada mesita, algunos sofás, ambiente tranquilo,… Un buen lugar para perderse una tarde lluviosa…
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