viernes, 15 de mayo de 2009

EL CORAZÓN VERDE DE ALEMANIA

La curiosidad por saber qué se esconde en todos los recovecos de Alemania me llevó el fin de semana pasado a apuntarme, en lo que fue una decisión a contrarreloj, a una excursión a Erfurt y Weimar, en Thüringen, (nombre del estado, en español Turingia) en pleno centro de Alemania. Iba con muchas ganas de descubrir qué había en esas tierras lejanas, y por algún motivo pensé que el centro de Alemania sería como el de España: una llanura vasta y bastante aburrida.

Pues nada que ver, y no tanto por llano, como por verde. A Thüringen lo conocen como el corazón verde de Alemania, y ya en el tren estaba yo emocionadísima por los campos de florecillas amarillos que se veían a diestra y siniestra. Tardamos unas seis horas en llegar, pero valió la pena.

Erfurt es una maravilla de ciudad, pequeñita, manejable y con un centro histórico muy mono. Las calles están todas empedradas, hay un río que cruza la ciudad y hay un puente como el puente Vecchio de Florencia, la catedral es impresionante,… Las mejores anécdotas fueron la tarde que pasamos Katharina, James, Riwa y yo tirados en un parque riéndonos de los programas de la MTV (véase La gran duda de Tila Tequila, como ejemplo supremo), el helado de dos bolas de la mejor heladería de la ciudad, la cena a base de una Thüringer Bratwurst original y el Sandmännchen, el muñequito de la televisión pública que mandaba a la cama a todos los niños alemanes hasta hace tan solo unos años.

Al día siguiente nos fuimos a Weimar, de la que solo sabía el nombre por la Weimarer Republik. Resultó ser una ciudad aún más bonita que Erfurt, solo que reconstruida casi por completo tras las segunda guerra mundial porque fue destruida. Visitamos la casa de Goethe, hicimos una parada para degustar comida china y dimos una vuelta por la ciudad. Acabamos en un parque enorme, verde, precioso y con un río por medio del que me he enamorado. Ojalá tuviera Mainz un parque así.

Los campos estaban cubiertos de margaritas y de flores de los deseos (como los abuelitos, pero aún mejores porque son totalmente redondas y opacas). Así que, cubiertos de florecillas y pidiendo deseos pasamos un par de horas disfrutando del sol, que ya calienta. Antes de irnos, nos tomamos un helado para coger fuerzas y no perdernos en ninguno de los cinco transbordos que tuvimos que hacer para llegar a Mainz. Y funcionó.



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