sábado, 5 de noviembre de 2011

Niagara Falls and Niagara-on-the-Lake

El viernes nos fuimos directos hacia las cataratas del Niágara. Y, como todas las guías decían que, si estás limpio, no hay motivo por el que quedarte en la parte estadounidense, cruzamos directamente la frontera de Canadá. Desde el coche, simplemente tuvimos que enseñarles los pasaportes (ya tengo un sello más, ¡yuju!) y asomarnos un poco para que nos viera la cara el chico de la garita. Eso sí es cruzar fronteras rápido y no lo de Centroamérica del verano pasado. En cualquier caso, nos fuimos hasta unos de los párkings de las cataratas ($14, cómo se aprovechan) y empezó la sesión de fotos...





La verdad es que, desde el lado canadiense se ve todo mucho mejor (más que nada, porque no tienes las cataratas al lado, sino enfrente). Eso sí, había que tener cuidado con el cambio de viento, porque como te descuidaras, te empapabas.



De hecho, imaginaos el frío que hacía que ya ni siquiera se veían los típicos barquitos que te llevan de paseo por abajo para que te mojes un poco...


A la vuelta pasamos por el Centro de Visitantes, donde vimos parte de la fauna local:



Y el rompe-mandíbulas, que obviamente ni probé:


Imaginaos la cantidad de agua que había, que brillaba un arco iris así. Y no, ni había llovido ni habían regado la carretera.


Y llega el momento de contaros mi experiencia como conductora de un coche automático. Holy crap! Entiendo que es mucho más complicado el cambio de un automático a uno manual que al revés, pero aún así... Digamos que, todavía en el aparcamiento de las cataratas me equivoqué y apreté el freno como si fuera el embrague... Bonito frenazo que di. Además, fui mejorando, pero muy gradualmente y veía la cara de preocupación de mis compañeros de viaje, que hasta miraban para atrás para comprobar que no había ningún coche muy pegado...

Cuando por fin aprendí a frenar, les chuleaba de que ya no daba tirones al llegar a los STOP. Aunque el problema es que me paraba dos metros antes. En fin, cuando ya volvíamos de Canadá me di cuenta de que mi torpeza se debía,a demás, a que había estado frenando todo el tiempo con el pie izquierdo y no con el derecho (que obviamente controlo más). Pero puedo decir que ya sé frenar de forma suave con ambos pies.


De camino paramos a ver las vistas, en este caso del río Niágara:



Y cuando llegamos a Niagara-On-The-Lake, un pueblecito muy bonito del lado canadiense, nos topamos con esta peculiar tienda, que me hizo recordar lo pesados que parecen ponerse los estadounidenses con la Navidad y sobre todo con la decoración:


Aún así, tenían cosas muy monas:




Os pongo algunas fotos bonitas del pueblo:


Y de sus habitantes. ¿A que mola eso blanco que lleva? ¡Es para meter las manos y que no se le congelen!


Paseando por un parque vimos lo que llevábamos buscando Miguel y yo un par de horas y no pudimos resistirnos. ¡Al agua, patos!


Éste era el montón...



También paramos en una iglesia:



Y en un cementerio.


Llegamos a la playa, que era diminuta y no muy apetecible por la temperatura. La playa del lago Ontario, claro.


Al otro lado se veía Torontontero, aunque muy pequeñito. Lo que más destaca es la CN Tower, esa torre de telecomunicaciones enorme que es símbolo de la ciudad:


¡Y volvimos a saltar!


El resto del día lo pasamos en el coche, riéndonos mucho y cantando...


Ésta ha resultado ser la canción del viaje. Pero primero escuchad el vídeo original, en el que esta mujer relata un tiroteo del que ha sido testigo en una tienda.


Sin embargo, pasar tanto tiempo en el coche sirve para ver cosas chulis y aprender de otras culturas. Por ejemplo, yo aún no había visto a las típicas señoras (voluntarias, y por tanto muchas jubiladas) que aseguran que los niños llegan sanos y salvos a casa después del cole. A cada una le asignan un cruce y hacen guardia hasta que llegan sus protegidos, a quienes defienden a capa y espada. En la foto justo la pillamos echando la bronca a un coche que pretendía seguir con su camino aunque la niña en cuestión no había llegado a la otra acera. Menudo grito pegó...


Y claro, también vimos los buses amarillos, esta vez con niños dentro.


No obstante,el día acabó lleno de frustración. Como os conté, era un viaje de aventura, en el que no teníamos alojamiento reservado. El jueves intentamos reservar algo para Toronto, pero no había forma: los albergues juveniles o no tenían plazas para todos, o no tenían agua caliente, o tenían pulgas. Así que pensamos que lo más fácil sería encontrar un motel como el de la noche anterior. CRASO ERROR. Dimos más vueltas que unos tontos. Estuvimos más de tres horas buscando, y no hacíamos más que pasar por la avenida Dundas, la Zorra (prometo que se llamaba así, y a Miguel y a mí nos daba la risa cada vez que la cruzábamos) y la Bloor. Hasta acabamos paseándonos con el coche por un cementerio.

Solo os diré que al final acabamos preguntando en todos los hoteles cercanos al aeropuerto y durmiendo en uno de ellos, pero esta vez en dos habitaciones. Lo bueno es que fuimos a cenar a un diner (Everything´s ok, honey?) que estaba muy rico y que hizo que se nos pasara todo el estrés de la búsqueda de hotel. Nunca mais.

Al día siguiente ya teníamos claro dónde dormiríamos, pero... ¿y cómo llegaríamos hasta Toronto?

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