Y además aprovechamos las dos horas que duró la colada para congelarnos en el famoso sótano. Me parece que el día que tengamos que lavar nos lo tendremos que reservar completo, porque los aparatejos esos están locos. Primero dicen que una hora, a los diez minutos que hora y media, y cuando ya lleva un rato se arrepiente y lo adelanta. Miguel casi se vuelve loco, porque a este lío hay que sumarle la intriga de si se habrá encogido o agrandado la ropa.
Esa noche cenamos los tres mosqueteros juntos en casa de Miguel, y allí nos quedamos hasta la una. A medianoche ya empezaron a llegarle mensajitos de felicidades porque era su cumpleaños, pero Carolina y yo calladas. Nos esperamos a que fuera la una (la hora a la que nació) para felicitarle y darle un par de besos bien dados, que aquí, lejos de lo conocido, se agradecen mucho más.
Quedamos para cenar los tres el lunes, y a media tarde mandamos un mensaje a Miguel diciéndole que nos encargábamos las chicas de la cena, que ya le avisaríamos. A las siete y media me bajé a hablar con él para entretenerle un rato, pero no estaba. Esperemos que dentro de una hora haya vuelto… Cuando el resto de invitados llegó (Justin, Sophie, Pablo, Lucía, Nuria, Patricia y Sören), me dijeron que fuera con él y con alguna excusa lo llevara a casa de Carolina.
Cenamos comida española: dos tortillas de patata (hechas por mí), unas bravas (en Edekka venden allioli del del mortero), una ensalada; y cosas alemanas: Delikatessen, Bratwürste,…
A las doce nos fuimos hacia el centro y buscando un bar abierto se nos hicieron las tantas. Finalmente entramos en uno cercano a la Hauptbahnhof… con música Heavy Metal… Las fotos llegaron cuando, con la excusa de que era el cumpleaños de Miguel, le sirvieron la cerveza en un cuerno. Además, encontré un gorro de vikingo de disfraz, y no había quien se resistiera…
Yo estuve toda la noche hablando en alemán con dos amigos que me hice: Dirk y Andreas. Todo empezó cuando, durante la búsqueda del bar abierto, le pregunté a Dirk dónde había comprado la bici. Miguel y yo llevamsodías maquinando cómo conseguir una, y coge el alemán y me dice que en el garaje de su finca hay muchas abandonadas cogiendo polvo, que mirará a ver si me puede regalar alguna… Le tengo que llamar el miércoles, y a ver si hay suerte…
Más tarde nos fuimos Miguel, Carolina y yo a casa de Sören a que “tomaran la última”. Eran ya las cuatro, y Marina, su compañera de piso, salió diciendo que la habíamos despertado y que mañana madrugaba. Nos supo fatal, pero a cambio le regalamos una rosa que nos habían dado…
A las cinco menos cuarto me acostaba, y a las siete y media del martes arriba de nuevo, a clase de alemán…
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