Ayer, como era sábado y hacía muy buen tiempo, Sophie & Co. (tenía a cuatro amigas alojadas en su habitación) nos invitaron a Miguel y a mí a una barbacoa en la terraza, y por supuesto aceptamos. Ninguno tenía un plan mejor, y no pudimos resistirnos a la imagen mental de carnaza y deliciosas salchichas haciéndose sobre una parrilla…
Hacía una noche fresca, pero para nosotros, que estamos ya acostumbrados al frío gélido hibernal alemán, hacía una espléndida tarde de verano, así que cenamos en la terracita. Siete españoles juntos. Con sangría y salchichas. El escándalo estaba más que garantizado, y así fue. Estuvimos riendo, jugando al duro con unas normas dificilísimas y cantando (cuánto tiempo sin jugar a Furor), y cuando nos entró el frío, seguimos la fiesta dentro.
La habitación de Sophie fue testigo de nuestras versiones sexys de Paco, Paco, Paco (pusimos el videoclip y tratábamos de imitarlo), de nuestro afinados y –más frecuentemente- desafinados Titanic, Nena Daconte, etc. Y por último, de las clases de sevillanas con palmas y taconeos y todo lo que haga falta, ¡caray!
Fue una noche estupenda, en la que no salimos de fiesta, pero porque la fiesta la llevábamos con nosotros. Sobre la una, cuando ya estábamos mucho más tranquilos, silenciosos y, sobre todo, encerrados en el cuarto de Sophie, llegó su compañera de piso. Alarmada por el escándalo riñó a Sophie por no respetar la ley del silencio alemana, según la cual a partir de las diez de la noche no hay ni que ducharse por no molestar a los vecinos. Nos cerró la ventana (estaba entreabierta y ya no abierta de par en par, como una hora antes) y bajó el volumen de la música. Seguimos aún un buen rato y dimos por concluida la velada.
Hoy por la mañana, Sophie me cuenta asustada que en la puerta de su casa había aparecido una nota escrita en alemán:
“Este ruido nocturno no se volverá a tolerar. A la próxima, le denunciaremos inmediatamente a la policía acusándola de violar “la ley del silencio””.
Sin firma ni nada, de modo que Sophie ni siquiera se puede disculpar. Solo nos queda esperar que, a la próxima, hagamos una merienda cena y a las diez nos encerremos en el baño o, por una vez, lleguemos a las fiestas puntuales y no una hora y media con retraso porque a la hora que empezaba ni siquiera habíamos cenado.
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