(Tomaoslo con calma, que la entrada es extralarga!)
Después de bastante tiempo sin escribir, vuelvo a la carga. Las vacaciones (la primera parte), por hacer un pequeño resumen de lo que os habéis perdido, han estado muy bien. En Valencia vi a todo el mundo, en Madrid a mis queridos amigos de la Ruta, disfruté de Paris con Lucía y con la pobre cogita de Sara, y les enseñamos las Fallas a ciertos madrileños…
Volví a Mainz, como siempre, con pena, pero esa misma tarde me fui a ver a Viktoria, la letona, y charrando charrando se me pasaron las horas y me volvió la alegría de ver de nuevo a la gente. Tuve un par de días libres, y mi hiperactividad momentánea me llevó de excursión a Darmstadt, una ciudad pequeñita situada a unos cuarenta minutos de tren de Mainz. Me fui sola, porque tanto Carol como Viktoria tenían que hacer trabajos, así que me preparé bien la noche anterior qué quería ver y me hice un mapa de la ciudad en una hoja de la libreta.
Así que allí estaba yo, en Darmstadt, con un esquema de la ciudad y con unas ganas de terribles de ver cosas, demasiadas. Bajé en la estación del norte porque me venía mejor que la central para empezar mi ruta, y no pensé en que tal vez allí no habría información de turismo. Vamos, que me quedé sin mapa para todo el día.
Vi la Waldspirale, una casa construida por Hundertwasser, un antiguo palacio llamado Orangerie, el centro con sus diversos monumentos y una capilla rusa preciosa. Más menos que más, me iba aclarando con mi esquema, aunque hubo un par de veces que me di por perdida y pregunté. Sin embargo, siempre llegué a los sitios. Y en el momento indicado, porque de camino a la capilla rusa empezó a granizar muchísimo, y yo pensaba que el paraguas se me agujereaba…
Al día siguiente, Carolina y yo nos fuimos de viaje a Noruega, un viaje en el que hemos recorrido casi cinco mil kilómetros utilizando dos aviones, once autobuses, cinco trenes y tres tranvías. Casi nada. A cambio hemos visto a fondo dos ciudades preciosas: Oslo y Bergen.
Las primeras aventuras nos pasaron en Frankfurt Hahn, cuando nos disfrazamos en el baño de esquimales a base de ponernos todas las capas que podíamos para no tener sobrepeso. Yo llevaba leggings, vaqueros y unos pantalones de pana encima. Arriba, cinco capas incluyendo el anorak, cuyos bolsillos Carolina llenó de manzanas… Luego no había quien las sacara.
Además, a Carolina se le rompió la cremallera de una de sus botas, un grave problema dado que solo llevábamos unos zapatos para los cuatro días. Al final lo solucionó metiéndoselas por debajo de los pantalones, pero desde ese momento vivimos con tensión cada vez que llovía, nevaba o el suelo estaba cubierto de charcos.
Nuestra estancia en Oslo comienza a las seis de la tarde en el aeropuerto de Oslo. Pensábamos cambiar dinero una vez allí, pero para nuestra sorpresa no había ni una sola oficina de cambio, así que sacamos unos cincuenta euros en coronas noruegas para poder coger el bus que nos llevó a la ciudad.
Una vez en la estación de autobuses, preguntamos dónde podemos cambiar y nos dicen un par de sitios, pero estaban cerrados. Resulta que en Noruega los bancos o casas de cambio cierran sobre mediodía los sábados y los domingos ni siquiera abren. Así que allí estamos, con unos veinticinco euros para pasar un día. Ambas teníamos claro que podíamos sacar dinero sin más, pero creo que decidimos ignorar esa opción y así tener algo que contar de nuestro viaje.
Nos fuimos derechitas al albergue (Anker Hostel) y nos pusieron en una habitación con dos alemanas que estaban a las siete con pijama en la cama leyendo. Nos contaron la experiencia desagradable que habían tenido la noche anterior: una irlandesa que dormía en su cuarto llegó borracha y meó entre sus camas, se fue a dormir y ni se preocupó por limpiarlo. Sabíamos que se corren riesgos al dormir con gente que no conocen, pero lo máximo que me preocupaba hasta ese momento era que roncaran…
Carol y yo, embutidas en nuestras cinco capas en la parte superior y dos en la inferior, dimos un paseo nocturno por Oslo. La calle Karl Johans Gate, la principal, estaba muy animada y vimos la mayoría de cosas que hay que visitar. A las once nos fuimos a dormir y me tocó compartir cama con un compañero… un moco pegado a la pared. Separé la cama y le di la espalda. Carolina no hacía más que reírse diciendo que vaya forma de ponerle los cuernos a Vicente.
A la mañana siguiente nos fuimos bien tempranito al Vigelandspark, un parque lleno de esculturas muy realistas que nos encantó. Eva, que hizo su Erasmus el año pasado en Noruega, me aconsejó que no pagáramos ni un solo tranvía, y eso hicimos, porque los revisores no se manifestaron en ningún momento.
Más tarde dimos un paseíllo por el puerto, por el palacio real y vimos el parlamento, la universidad, el cuadro de El Grito de Edward Münch en la Galería Nacional, una catedral cubierta por andamios, el teatro y acabamos en la ópera, estrenada el año pasado, viendo atardecer. Nos subimos “al techo” del edificio (está permitido, solo que bajo tu propia responsabilidad) y nos helamos de frío hasta que el cuerpo nos dijo basta.
El tren hacia Bergen salía a las once de la noche, así que aún nos dio tiempo a saborear los exquisitos sándwiches de salami y queso a base de los cuales nos hemos alimentado la mayor parte del viaje y a viciarme en internet un rato buscando qué podíamos ver en Bergen.
El tren, que nos costó unos setenta euros (ida y vuelta) porque sacan unos precios especiales, resultó ser mejor de lo que esperábamos: los asientos se reclinaban, y nos daban tapones para los oídos, un antifaz y una mantita. Así pasamos las siete horas que dura el viaje y, a las siete, heladas de frío, llegamos a la estación de Bergen. Esperamos una hora tomándonos algo calentito y a las ocho nos dirigimos a nuestro albergue (Dorm.No) para dejar el equipaje y empezar a movernos. Los muy majos no nos dejaron entrar a dejarlo hasta las nueve de la mañana, así que estuvimos una hora dando vueltas con las maletas bajo la lluvia.
Bergen es una ciudad preciosa, mucho más que Oslo. Nos paseamos por Bryggen, en el puerto, donde están las famosas casitas de madera de colores, visitamos un par de iglesias importantes, fuimos a una muralla y cogimos el funicular Floibanen para subir a una montaña y ver la ciudad. Convencí a Carol para darnos un paseo por allá y la verdad es que valió la pena, aunque en ocasiones el camino estaba cubierto por hielo y teníamos miedo de resbalarnos y rompernos una pierna… y de que la nieve le entrara en la bota a Carol también, claro.
Nuestro segundo día en Bergen lo utilizamos para irnos de excursión a ver los fiordos, aunque el viaje empezó mal, porque perdimos el autobús por cuestión de un par de minutos. Sin embargo, los noruegos resultaron ser muy majos y nos metieron en un tren y nos incorporamos en la siguiente parada al bus.
Cogimos el famoso tren Famsbana, que supuestamente conduce por uno de los recorridos más excitantes de Noruega. Desde Myrdal hasta Flam, situadas a veinte kilómetros en línea recta, el tren tarda una hora y media. Eso sí, el paisaje era precioso, aunque muchas veces la niebla no nos dejaba ver mucho. Lo mejor, el subidón de adrenalina que me dio en la estación de Myrdal, al verlo todo tan nevado (y nevando tan intensamente) y me puse a correr de una lado a otro haciendo fotos.
Más tarde dimos una vuelta en ferri por el fiordo Sognefjord, el más largo y caudaloso de todo el país. La mayor parte del tiempo la pasamos dentro del comedor mirando por las ventanas, porque hacía muchísimo viento, llovía y además el frío se te metía hasta los huesos en cuestión de segundos.
Como conclusión de la excursión tuvimos claro que hay que volver en verano, para verlo todo verde, sin niebla y con sol. Así que busco voluntarios para hacer un viaje a Noruega que incluya Oslo, Trondheim, Bergen y el Preikestolen. Interesados dejen un comentario en la entrada.
Ya en Bergen nos volvimos a dar un paseo, porque de nuevo había que hacer tiempo hasta las once, cuando partía nuestro tren a Oslo. Decidimos darnos una recompensa y entramos en un pub irlandés, donde cenamos como reinas una pizza y una patata asada rellena. Realmente, tras tanto sándwich, cualquier cosa me hubiera sabido a gloria. Además, y pese a nuestras caras de reventadas, ligamos y nos invitaron a una copa de vino blanco. El chico provenía de Damasco y era majísimo.
A la mañana siguiente, y sin ninguna consideración, fuimos arrojadas al frío exterior de Oslo a las seis y veinte de la mañana, habiendo dormido como mucho seis horas. Convencí a Carol para quedarnos un rato en la estación de trenes y luego fuimos al puerto, donde un hombre vendía pescado fresco en su barquito.
Fue ahí cuando nos ocurrió la mayor aventura de todo el viaje: a las dos nos entraron unas ganas urgentes, muy urgentes, de ir al baño. Así que, con toda prisa, nos fuimos hacia el ayuntamiento, que hasta las nueve no abría. Eran las ocho, pero las puertas estaban abiertas, así que nos colamos. Preguntamos a una mujer dónde estaba el baño y nos mandó al sótano. A un sótano oscuro, como si de una casa abandonada se tratara. Era tan pronto, que ni siquiera habían encendido los fusibles de la luz. Así que allí estábamos las dos con nuestros móviles y sus débiles luces. Nos adentramos en el baño y de repente vimos unas luces que nos apuntaban y pegamos un salto del susto… Al final nuestros atacantes éramos nosotras, que nos habíamos visto reflejadas en un espejo. Qué susto, qué vergüenza, y qué risas luego.
Las cinco horas restantes las pasamos sentadas (y dormida, en mi caso) en un banco del puerto hasta que vino un hombre y se puso a regarlo y nos echó, y en un centro comercial probándonos ropa que, obviamente, no podíamos comprar con los cuatro euros en coronas que me quedaban.
Y después de siete horas de viaje, llegamos a Mainz, donde nos reunimos con nuestra querida Viktoria, que nos informó de que ya ha llegado la carne fresca de este semestre (los nuevos Erasmus). Nos bajamos al bar de la residencia y conocimos a tres colombianos, una finlandesa y una italiana… Y pensar que hace casi ocho meses yo era tan novata como ellos…
Ayer hizo un solazo impresionante y veinte grados en Mainz, así que cogí mi bici y me fui a darme un paseo y por la noche, tomando un té, las tres gracias de Wallstrasse (Carol, Viktoria y yo) decidimos que hoy nos íbamos de picnic a la orilla del Rin. Que ya llega el buen tiempo!!!
Y esta noche, cena a base de pizza en mi casa y luego fiesta erasmusiana en la universidad con todos los nuevos y muchos de mis viejos amigos!

Rollera!!!! Y eso que aún no me la he leído, pero es mega-larga!
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