viernes, 10 de julio de 2009

EL TIEMPO SE ME MUERE…

Y volvió el invierno, recordándonos que más nos vale estar metiditos en casa o en la biblio, estudiando, escribiendo Hausarbeiten, que el tiempo de fiesta ya pasó. Todos los días desde que empezó julio llueve varias veces. Primero hace sol y luego se nubla poco a poco. De repente, empieza a soplar una suave brisa, y luego llega el viento. Y entonces, en cuestión de un segundo, empieza el diluvio. Porque aquí no llueve mucho rato, no, pero llueve una barbaridad. Lo justito para que si te pilla sin paraguas te dé igual llegar rápido que lento, porque empapada ya estás.

Pero antes del frío –y durante la época de diluvios-, vino Arantxa de visita a Mainz. Y de nuevo se repite la misma historia: la visitante de vacaciones, con ganas de comerse el mundo, y la local con una cantidad de trabajos que hacer que asustarían hasta a los ratones de biblioteca. Así que hubo que buscar el término medio…

Durante la visita tuvo lugar, por ejemplo, la excursión que he organizado durante este cuatrimestre. Bajo el tema “Americanos en Rheinland-Pfalz” nos fuimos de turismo autobusero a Kaiserslautern y a Ramstein. Y literalmente no bajamos del autobús más que veinte minutos al lado de un Burger King y para entrar en un museo que estaba aún en construcción. Y menos mal, porque por aquel entonces todavía era verano y mi abanico causaba sensación entre los alemanes. Era sacarlo y notar como la gente se apretujaba a mi alrededor para respirar un poquito de aire.

Así que pasé diez horas subida a un autobús viendo cuántos cuarteles militares hay en las dos ciudades, donde hay censados más ciudadanos americanos que alemanes. Ni siquiera durante los trayectos pudimos descansar, porque nos pusieron una película y tuvimos que escuchar dos exposiciones orales. Eso sí, hubo muchas risas con el maître de plaisir, un amigo mío francés, que con su alemán medio macarrónico supo encandilar a todo el autobús (y con las botellas de vino francés que habíamos envuelto, también).


Al día siguiente nos fuimos Arantxa, Sebastián y yo a Trier, la ciudad más antigua de toda Alemania. Asustados por los truenos que se oían (y no precisamente lejos) fuimos conociendo la ciudad. Sebas y yo nos colamos en las termas imperiales pegándonos a un grupo escolar al que le sacábamos al menos cinco años, y nos dimos una vuelta por los pasadizos.





Fue salir y comenzar el diluvio que llevábamos ya un rato esperando. Solo que éste no paraba. Al final nos decantamos por resguardarnos en un café al abrigo de unos pasteles de chocolate y queso, y así esperamos a que amainara la tormenta. Luego aún nos dio tiempo a pegarnos un pateo tremendo para ver un anfiteatro, un puente romano demasiado normal y la casa en la que nació Karl Marx.




El sábado nos fuimos a hacer turismo local por Mainz y nos reprimimos las ganas de comer queso hasta llegar al barco de Mainz-Kastel, situado al otro lado del Rin. Y el puente se hace muy largo cuando lo recorres hambrienta y sin saber si el restaurante está abierto. Al final nos salió genial: comimos en la cubierta del barco, descalzas, con las piernas apoyadas en sillas, y con viento fresquito soplando (y eso ese día se agradecía). Qué bonito comer con la silueta del Dom de fondo y con la graciosa playita sin acceso al mar que estos alemanetes se han montado…




Y ese día nos esperaba el plato fuerte de la visita. Llevábamos mucho tiempo planeándolo y al final nos decidimos a organizar la gran….tatatatachán… Fiesta Latina. Tres españolas y tres colombianos, una combinación perfecta para una fiesta así. Solo diré que cumplimos con el típico estereotipo de impuntuales: la primera invitada llegó media hora tarde y aún tardamos media hora más en tener música.

Pero con la música empezó la fiesta de verdad: bailamos la Macarena, la lambada, salsa con Santiago (mi pareja de baile colombiana favorita a partir de ahora), etc. Además, algunos respondieron a la llamada de “vístete de latino”, y nos reímos muchísimo con las diferentes interpretaciones del concepto. Además, un alemán me sacó a bailar el Knotentanz o baile de los nudos, un supuesto baile alemán (aunque no sé aún si es verdad).





La pobre Arantxa se despidió pronto por culpa de la rodilla y de los pateos que nos habíamos pegado los últimos días, pero al menos no vivió el final amargo de la fiesta, cuando la cámara de Sophie desapareció.

Y el último día, de tranquis por la mañana y por la tarde nos fuimos con los colombis la Rin, al cumple del maître de plaisir de la excursión. Seguimos aprendiendo las diferencias idiomáticas entre el español y el colombiano y acabamos con un buen heladito en Schillerplatz.

Ahora de nuevo a la dura realidad: la lluvia, el granizo espontáneo, el frío, los trabajos y las pocas ganas de estudiar se juntan. El tiempo se nos muere lentamente…




Hoy, hace un año, estaba en busca de El Dorado…

No hay comentarios:

Publicar un comentario