Ya acabé las clases hace algo más de una semana. No fue triste, ni siquiera alegre porque me esperaban largas horas de biblioteca. Simplemente, acabaron. Y para recordarnos que la llegada del verano universitario es todo un acontecimiento que hay que celebrar, el profe de mi última clase, un calvo regordete muy majo que siempre nos lanza sonrisitas a Carolina y a mí trajo una coca hecha a mano. Con palitos de colores por encima.
Desde ese día, he tenido que aprender a compaginar las fiestas de despedida (a veces varias de una misma persona) diarias con las largas mañanas y tardes bibliotequeantes. Aunque todo tiene su parte buena, y la de la biblioteca es que me he hecho un amigo. Las fiestas, lo dicho, se sucedían e incluso se solapaban. Los adioses se confundían con el olor a salchicha socarrada de las barbacoas, las propuestas sobre qué hacer al día siguiente de Sophie y las conversaciones en idiomas incomprensibles…
Acabé los exámenes, me dieron un tema para el último trabajo y llegó Vicente. Y con él las despedidas difíciles. Sophie, las polacas, Sebas y Mauro ya nos dejaron. El número de Erasmus se reduce día a día, y al final-final solo quedaremos Viktoria y yo. Y luego, ella. Menos mal que nosotras nos sacamos mutuamente de paseo en bici. De hecho, si no no hubiera descubierto los campos de trigo, de fresas y de espárragos que hay detrás de la universidad. Ni me hubiera pasado una hora recogiendo cerezas, ciruelas y zarzamoras. Qué suerte tienen esos arbolitos de que no me gusten sus frutos… porque entre las dos les quitamos un gran peso de encima.
Ayer hice una excursión a Oppenheim con Vicente. Se nos pasó por la cabeza irnos en bici, pero no podíamos alquilarlas solo un día, así que de casualidad nos salvamos de morir deshidratados y de una insolación. Hacía tanto calor, que tuvimos que esperar en la sombra un buen rato antes de empezar a explorar el pueblecito. La Catedral, un parking, una terraza con helado (el peor que he tomado hasta ahora en Alemania), un pozo y unas ruinas. Y luego, un paseíto por los viñedos que se nos hizo interminable por la solana que caía, así que acabamos campo a través.
Y de postre de esta entrada, dejo la panorámica de Mainz desde el barco-restaurante de Mainz-Kastel.
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