miércoles, 23 de noviembre de 2011

Cayo Hueso: cerquita cerquita de Cuba

El lunes, al acabar las clases (y pelándome dos), me fui hacia el aeropuerto con cinco capas de ropa y una minimaleta repleta de camisetas de manga corta, pantalones cortos e incluso vestidos. ¡Vestidos! El destino prometía, y encima volver a ver a Olga, mi compañera del año pasado de Bollywood... :-) No cabía en mí de la emoción.

Afortunadamente, no hacía falta que nadie me llevara atada para que no saliera corriendo hacia la puerta de embarque...



Aunque sí hubo alguien que me controlara. Me explico. Me tocó pasar unas tres veces el control de seguridad por culpa de que la primera vez llevaba puesto el cinturón. A la tercera, cuando ya ni pitaba ni nada, el policía me dijo que le acompañara, me metió encerró en una cabina transparente y me pidió que esperara a un compañero. Otro policía me recogió abrió la puerta de la cabina y me pidió que extendiera las manos frente a él. Pasó una toallita húmeda por mis palmas mientras me comentaba que había sido seleccionada para pasar un examen más detallado. Afortunadamente, en la pantalla salía que no llevaba explosivos ni "otras muchas cosas más", como él me dijo.

Mientras esperábamos a embarcar, la gente cargaba sus móviles en las estaciones que Samsung, muy inteligentemente, ha colocado de forma estratégica en las salas de espera.


Y nada más llegar a Miami, tras solo tres horas de avión... ESPAÑOL. Tanto que en el aeropuerto los avisos ni siquiera los traducían al español si buscaban a alguien con apellido hispano. Y CALOR. Tanto que, yendo con solo una manga larga de las cinco con las que llegué al aeropuerto, estaba sudando. Así que, como Olga me llevaba directamente a bailar a un pub, me tocó cambiarme en el aparcamiento porque si no moría...

A todos los de la foto los conocí a las bravas, bailando con ellos y sin saberme ni sus nombres (me los dijeron, pero a la primera no se me quedan). Son todos becarios que se han venido a Estados Unidos a trabajar como ayudantes de profesor de español en colegios (y universidades en algún caso).


Y cuando a las tres de la mañana llegamos a casa, en vez de ponerme el pijama y a dormir con dos chicas (aún) desconocidas en dos colchones inflables, me puse a subir el proyecto de Elias Tsang a mi blog académico, porque me había tocado acabarlo en el avión. Vaya adicta a internet, pensarían los amigos de Olga...

A la mañana siguiente, mientras me aprendía los nombres, nos fuimos a Key West o Cayo Hueso. Para ello tuvimos que alquilar dos coches, porque éramos nada más y nada menos que nueve visitantes. A Olga y a Jose les invadimos literalmente la casa (y el salón).

Como véis, Miami es similar a Cuba y la gente también fuma puros cuando va en coche...


Pues bueno, Cayo Hueso es una isla, pero se puede llegar a ella gracias a una autopista que atraviesa muchos otros cayos. Cayo Hueso es especialmente atractivo porque es la ciudad que está más al sur de Estados Unidos. Mide 6,4km de largo x 3,2km de ancho, para que os hagáis una idea.



La autopista que conecta las islas discurre en ocasiones por encima del océano... durante algo más de 11 kilómetros. De hecho, para que os hagáis una idea, hubo un huracán que destrozó parte de la carretera y la isla quedó incomunicada por tierra durante más de tres años.


A mitad paramos a hacer un descansito. En la foto, de arriza a la izquierda y en el sentido de las agujas del reloj, Patri, Bea, Bea, Cristina, Manu, Ari, Carmen, Sole y yo.


Esa parada la hicimos en un minipuerto, donde para mi sorpresa había bastante vida animal. Lo que se ve de fondo es la autopista:


Además, había unos peces enormes (de un metro por lo menos) que se llaman sábalos (tarpons en inglés) y que campaban por allí a sus anchas esperando a que los turistas les tiraran comida. Fijaos en cómo abren la boca para comerse el pescado. Y fijaos en que se ve a través de su boca.


De todas formas, acabo de ver una foto en Google imágenes que demuestra que, después de todo, los ejemplares que vimos allí no eran tan grandes... Y según Wikipedia, pueden llegar a medie 2,2 metros.


En cualquier caso, llegamos a Key West a la hora de comer (y eso que a las 7:30 de la mañana ya estábamos en la oficina de alquiler de coches), picamos algo rápido y nos fuimos pitando hacia una playa que nos habían recomendado. Muá muá muá muá (música de fallo). Toda llena de algas y, aunque hacía calor, poco apetecible.


Imaginaos el tiempo que hacía, que decoran así los anuncios de la vacuna contra la gripe:


Nos fuimos a ver el mazacote de hormigón la escultura que conmemora que Key West es la ciudad más meridional del país y que sólo está a 140 km de Cuba. Está claro por qué allí hay toda una colonia de cubanos.


Los edificios eran todos de un estilo muy colonial, y encima la mayoría de árboles que se veían eran palmeras. Tampoco faltaban los cables de la luz por todos lados en las calles, así que aquello parecía un país centroamericano cualquiera.


Al final sí acabamos en una playita (deslumbrando a los locales con nuestra blancura)...


Y nuestra belleza...


El atardecer finalmente no lo pudimos ver donde Olga nos había dicho porque nos emparramos en la playa tomando fotos. Sin embargo, vimos este faro, que está enfrente justo de la antigua casa de Hemingway (ahora, museo):


Además, estuvimos paseando por la calle Duval, que es la central y donde nos topamos con "el bar más pequeño de la ciudad".


Nos acercamos a la paralela a hacernos una foto con el final de la Route 1, que conecta Cayo Hueso con Canadá. Bendito trípode araña, que nos permitió tomar fotos incluso de noche y en las posiciones más extrañas. Tanto, que mientras disparábamos ésta, unos japoneses se pararon a mirarlo y todo. Tecnología punta. Me alegro de que al final se me olvidara dárselo a Vicente a su vuelta, porque partido le estoy sacando un montón.


Además, nos tomamos una piña colada y nos dedicamos a hacer el payaso en un bar multicolor:


Finalmente nos fuimos a cenar pescadito con unas expectativas muy altas. Y como siempre que pasa eso, la realidad no cumplió con ellas. De shrimps&chips basket a una cesta gigante llena de patatas fritas medio empanadas con ocho gambas empanadas también hay un trecho. Pero bueno, algo es algo, y al menos el bar era bonito y nos entretuvo buscando matrículas de diferentes estados.

Algo que nos llamó la atención es que, en Estados Unidos, la matrícula va asociada a la persona y no al coche. Tanto es así, que cuando te cambias de coche quitas la placa de uno y se lo pones al otro. O que si, para evitar pagar tasas, dices que no vas a conducir en los próximos meses, te obligan a devolver temporalmente la matrícula. Así que no nos explicamos cómo puede ser que tengan tantas como para cubrir todo el bar.


Además, nos permitió descubrir un deporte local (justo cuando hice la foto pararon de jugar). Cada jugador se sitúa a un extremo de la mesa y lanza un disco intentando que éste se frene en la zona 3 para ganar más puntos, evitando que se caiga afuera. La mesa está cubierta con una especie de arenilla. He intentado buscar el nombre del deporte en internet, pero no hay manera. Si lo sabéis, ¡comentad!


Paseando por el puerto de camino a los coches vimos que a Key West ya ha llegado la Navidad. Mirad qué árbol más chulo hicieron con las boyas (decoradas con purpurina).


Y, tras cuatro horas de coche que me sirvieron para conducir un automático por tercera vez (esta vez sin dar frenazos y utilizando el pie correcto en todo momento), llegamos a casa. Aunque tardáramos algo más de la cuenta porque por lo visto el marcador de velocidad del otro coche iba mal y marcaba que iban más rápido de lo que nosotras veíamos en nuestro marcador y en el GPS.

La pobre Olga, que se tuvo que echar una siesta de 5h para recuperar sueño de los días anteriores, nos recibió despierta y con ganas de saber todo lo que habíamos hecho para calmar su envidia por haber tenido que trabajar ese día y no poder acompañarnos.

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