jueves, 24 de noviembre de 2011

Turisteando por Miami

El miércoles, habiendo dormido unas cuatro horas, Ari, Cristina y yo nos levantamos al mismo tiempo que Olga y Jose (y Manu y Sole, que tenían que devolver los coches) y nos fuimos con ellos a Florida International University, donde trabaja Olga como TA (teaching assistant). Allí descubrimos a los Tigers, el equipo de la universidad, y a su felina mascota:



La universidad es muy nueva y está muy bien cuidada. Además, tiene estatuas, balancines para descansar, una fuente,... Casi se puede olvidar que allí se va a estudiar (o eso dicen, porque después de ver la peluquería y las mesas donde las estudiantes se hacen a manicura en el Student Center, ya lo dudo).



Después de ver el minicuartito donde trabaja Olga intentando promocionar (aún más) el español, nos fuimos en autobús hacia Little Havana, casi en el centro de la ciudad. La verdad es que supuestamente solo tenía que recorrer dos calles rectas, pero le llevó casi una hora por el tráfico y porque para literalmente cada dos manzanas. En cualquier caso, el conductor aprovechó para montarnos la ruta perfecta para que no nos perdiéramos nada de Miami. En la foto, un asiento dedicado a Rosa Parks (había uno en todos los buses en los que nos montamos ese día).


Ya en Little Havana, un lugar que guarda un especial significado para toda la comunidad cubana de Miami, nos encontramos con Carmen y Sole, que rápidamente se apuntaron al megaplan montado por el autobusero. Todo el barrio estaba lleno de gallos gigantes pintados:


Además, Little Havana cuenta con su particular paseo de las estrellas al estilo más hollywoodiense. Con Rocío Jurado, Celia Cruz, Thalia, Raphael,...


La verdad es que había algunos momentos en que sí parecía que estuvieras en Cuba. Pero enseguida el trafico y esos coches tan nuevos te devolvían a la realidad.


Aunque muy pronto, más de lo que me atrevería a admitir (¡las 11:30!, se oye un grito de fondo), estábamos muertas de hambre, así que hicimos una parada técnica en un restaurante cuyo camarero nos cautivó con una solo una sonrisa. Desayuno para muchas, chicharrones y yuca frita para mí. Por una vez que puedo comer cosas cubanas...

De allí nos fuimos a Coconut Grove, un barrio bohemio y elitista según la guía. Cuando seguías leyendo te dabas cuenta que de lo único de lo que hablaba era de centros comerciales. De hecho, eso mismo sucedía con prácticamente cada barrio de Miami. Así pues, cogiendo un tren que tiene wifi y un bus, llegamos a Cocowalk.


Y sí, era un centro comercial sin más. Al menos nos tomamos unos helados que estaban deliciosos... y nos pringamos pero bien al hacerlo.


También allí nos topamos con este pavo real... aunque en verdad es el flamenco el que es uno de los animales simbólicos de la ciudad.


Nos acercamos al puerto, donde estaba el Ayuntamiento (en las antiguas oficinas de una compañía aérea). Además, vimos que se utiliza el mismosistema de aparcamiento para barcos que para coches en NYC.


Según el plan de autobusero, aún teníamos que ir al centro y ver una minibahía antes de ir a Miami Beach, pero a esas horas ya se veía que el sol se pondría cerca, así que decidimos saltarnos ese paso (más tarde, Olga nos preguntó que por qué habíamos ido a Coconut Grove - nos hundió). Aunque Miami Beach, donde estaba el resto de TAs esperándonos bañándose desde hacía horas, está cruzando un puente de Miami, nos costó casi una hora llegar a la parada que nos habían dicho.

Y cuando llegamos, el sol ya se estaba poniendo.


Al final, hartas de buscar al resto sin éxito y caminar por la arena durante un buen rato, decidimos parar, darnos un bañito, relajarnos y aprovechar los últimos minutos de sol (para hacernos fotos, claro).



Y con una ducha rápida con jabón en las duchas del paseo (donde unas familias de musulmanes nos miraban atónitas), por fin nos reunimos con el resto y nos fuimos a buscar un lugar donde cenar los once:


Después llevábamos la idea de salir por Miami Beach (aunque luego la vuelta nos saliera por un pastón, incluso yendo cinco en el coche de Olga y Jose y seis en un taxi). Acabamos en un parque haciendo botellón al más puro estilo español, pero sin que el segurata dijera nada (yo aún no me lo creo, después de ver la de multas que ponían en NYC en Halloween por estar bebiendo una cerveza aunque la llevaran en una bolsa de cartón). En la foto, Manu y Ari, con su regalo de cumple: la corona y el vasito de chupitos para pedir uno extra por ser la cumpleañera.


Intentamos entrar en un pub donde nos rechazaron por no llevar las chicas tacones (a los chicos no llegaron ni a mirarlos, pobres). Debe de ser que eso de que hay que sacrificarse para conseguir algo se lo han tomado muy a pecho... Así que el Relaciones Públicas nos acompañó a otra discoteca de menos standing, mientras iba repitiendo que él tenía muchísimo poder en Miami Beach porque trabajaba duro y que cuando quería le daban botellas de champán, porque era muy bueno. Mucho ruido y pocas nueces, que en el primer sitio no nos dejaron entrar.


Finalmente, cuando nos cansamos del pub donde la gente bailaba igual de obscenamente que en NYC -y donde además había un hombre negro gordísimo con tapones naranja fosforito en los oídos que fumaba puros sin parar y al que las chicas más monas no dejaban de acercarse (debía de ser el jefe supremo de la discoteca)-, nos fuimos a buscar otro sitio gratis donde poder continuar bailando.

Y llegamos a un bar de gays enorme. Desde luego, si la tasa de tíos buenos en Miami ya era mucho más elevada que en cualquier otro lugar estadounidense donde yo haya estado, ahí ya tocó techo. ¡Qué pasada! Y encima te sacaban a bailar (aunque lo mismo ésos no eran gays después de todo). El que me sacó a mí usaba la misma colonia que Alan, el novio de James, y se me hacía más raro...

De todas formas, lo que más alucinada me dejó fue que los camareros iban sin camiseta (pero con chocolatina obligatoria). Además, vimos pasar a varios chicos en calzoncillos (imagino que gogós, pero yo no vi ningún podium). Imaginaos el desfase que, como las locales, algunas chicas se quitaron los zapatos para bailar más cómodas, y uno de los camareros, al verlo, les pidió que se los volvieran a poner porque "los chicos en las fiestas se desmadran mucho y nunca se sabe lo que estás pisando".


Pese a que no necesitábamos saber tanto, fue el sitio donde mejor me lo pasé porque me encantaba la música. Y hablando de música, escuchar la radio en Miami es como estar de vuelta en España, pero con una mayor dosis de Shakira y escuchando exitazos caribeños tipo la música que me recuerda al viaje a Cuba. Éxitos en inglés se oyen los mismos que en España, probablemente.

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