La primera clase de Periodismo era Grundlagen der Medienwirtschaft, algo así como Bases de la economía mediática. Carolina y yo llegamos con un cuarto de hora de antelación, pero no porque nos hayamos vuelto unas empollonas erasmusianas (que ya sería raro encontrar algunas), sino porque no hay quien se aclare con la numeración: 01-531. Pues primer piso, y aula 531. Lo que no acabo de entender es por qué 531, cuando todo el piso habrá menos de diez aulas.
Las mesas estaban puestas formando un cuadrado enorme, y a en punto, cuando el profesor entró por la puerta (por una vez los alemanes cumplieron con la puntualidad alemana), había alumnos hasta en el centro porque no cabían. Empezó a pasar lista, y alguna vez se oyó una vocecita lejana que dijo algo así como ¡Presente! desde detrás de la puerta. La asignatura está pensada para treintaicinco y éramos más de sesenta.
Después de unos momentos de tensión, Nuria, Patricia, Carolina y yo fuimos aceptadas. Empezaron a hablarnos de economía, un tema al que le tengo un poco de miedo. Pero bueno, he de decir que lo entendí en alemán tan (poco) como en español. Aún así, primera prueba superada.
Por la tarde disfruté de mi primera clase de pronunciación y entonación alemana. La profesora, que por lo visto es bastante conocida en el extranjero, nos explicó que trabaja mucho con los movimientos corporales, porque de esta manera se aprende y se fija. Y si no, ¿por qué solo hace falta aprender a ir en bici una vez y sin embargo una fórmula matemática hay que repasarla para cada examen? Pues tiene sentido.
Hicimos el ejercicio de P-T-K, que Herr Römer nos enseñó a hacer en el coro, allá por 1999. Nos teníamos que poner la mano en la tripa para notar la respiración y pronunciar las tres consonantes muy fuertemente, de manera que expulsáramos aire. El único inconveniente del ejercicio es que tenía mucha hambre, así que se oía más mi tripa que mi P-T-K.
De ayer podría destacar la clase de defensa personal o Jiu-Jitsu. Llegué tres minutos tarde, y ya estaban todos los alumnos –uniformados de blanco y con cinturones ¡¡!!- sentados en una fila haciendo el saludo. Total, que me dio vergüenza incorporarme y me quedé sentada en un banquita esperando a que el profesor viniera a decirme que me uniera.
Y así, esperando esperando, estuve cuarenta minutos. Al principio no lo llevaba mal, porque total estaban corriendo y esa no es precisamente mi actividad favorita, pero luego empezaron a hacer luchas y me moría de ganas de participar. No dejaba de pensar: pero por qué demonios no te habrás metido en la clase al principio.
Menos mal que se me acercó un tiarrón alemán, castaño, de pelo rapado y enorme y me dijo que por qué no hacía. Y yo: bueno, es que sí que quiero, pero no sabía cómo meterme… Total, que me puse a luchar contra él. Y qué diferencia de entrenar con las chicas de SAFEgirls a entrenar con semejante mastodonte. Eso sí, el chico, muy majo. Pero hoy me duele la muñeca.
Hoy miércoles he tenido el día libre, así que he dormido hasta tarde, he comido tranquilamente con Carolina, he limpiado mi pequeña casita, y me he cabreado con el Hausmeister (conserje) por no estar en su horario de atención, porque quería alquilar uno de los cinco nuevos aspiradores que por fin están a nuestra disposición. Y es que tener un suelo enmoquetado viviendo en una calle llena de hojas en el suelo no es buena idea.
Además, como buena ama de casa que estaba hecha hoy, he puesto mi segunda, tercera y cuarta lavadora. No es que me haya entrado la fiebre de la limpieza (no, aún no), es que ayer me compré unas bonitas fundas de nórdico de repuesto y ponía que había que lavarlas antes. Y otra para toda mi ropa sucia, claro. ¿Y la tercera? Pues que toqueteando las lavadoras he visto que alguien había dejado una pagada y que 1.no había metido nada y 2.no había nadie, así que he aprovechado para lavar un poco más. Y Miguel, que estaba a mi lado y se ha emocionado por el descubrimiento gratuito, hasta se ha quitado los calcetines para lavarlos. Por una que no hay que pagar…
Esta tarde tenía gimnasia para la espalda. La verdad es que pensaba que iba a estar lleno de abuelas, y para nada. He llegado cinco minutos antes porque no quería que se repitiera la escena de ayer, y por los pelos me he salvado. La sala estaba abarrotada de colchonetas, no cabía casi ninguna más. Aún así, empujando un poquito la de mis vecinas, me he colado. La clase ha ido bien, muy light, pero me he quedado un poco chafada porque me imaginaba con pelotas gigantes como los de Pilates.
Delante de la profesora, sobre una colchoneta, había un bebé de un año. Me ha extrañado, pero luego he pensado que sería el hijo de la profe. Como no molestaba y estaba entretenido con sus cacharritos de plástico… Pero cuando estábamos a cuatro patas haciendo un ejercicio se le ha acercado a una chica y le intentaba trepar… En la clase se oían “Oooo qué bonico”s por todas partes.
Hasta ahí todo bien, pero es que de repente el chiquillo ha empezado a llorar. Y no callaba. La profe le ha cogido en brazos, y nada, seguía igual. ¿La solución? Pues darle de mamar. Tal que así. Y durante media hora casi. Yo alucinaba. Vale que hay que conciliar la vida familiar y la laboral, pero darle de mamar a un bebé mientras se explican ejercicios aeróbicos a unas cuarenta personas…
Y nada, ahora estoy cenando longanizas y patatas bravas (Ay, santo allioli el del Edekka). Me estoy acordando muchísimo de las torràs en la Font de Quart… De los bocadillos de embutido embadurnados de allioli a las cinco de la tarde, de las guerras de sandía, de las partidas de cartas interminables para los que no sabemos jugar al envido, de las partidas de parchís, de los típicos balones que se les escapan a los chicos, que no encuentran otro lugar mejor para jugar que a nuestro lado,… Ay, lagrimita melancólica.
Te voy a mandar una clase de yoga con un "profesor especial". Espero que te guste
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