Ahora Sören está en el hospital, con un brazo vendado que parece una serpiente y con un miedo terrible porque no sabe si recuperará la movilidad de los dedos de la mano totalmente. Y encima solo, porque aquí en Alemania no se estila eso de hacer compañía a los enfermos. Supongo que creen que es una manera de molestar menos al compañero de piso, pero la cruda realidad es que hay que apechugar. Y si es un amigo o un familiar, además debería ser con gusto por poder ayudar.
El chico no lo hizo aposta, fue un simple empujón. Con una fuerza desmesurada, sí, pero iba borracho y no controlaba. Luego le dijo si necesitaba ayuda, sí, pero antes de eso le tiró al suelo por no dejarle acercarse a donde alguien vomitaba.
Y no es justo. No es justo que una noche de Halloween perfecta, con todos los ingredientes necesarios para pasarlo bien, tenga que acabar con el pitido de una ambulancia en los oídos y con un mal sabor de boca.
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