VISITA RELÁMPAGO II

Casi cuarenta días de mi huída a Alemania viene Vicente a verme. Estuve toda la semana pensando qué hacer el sábado, pero al final ganó el plan de tranqui, sobre todo por la noche que nos esperaba. Así que, después de haber pasado la prueba definitiva de dormir juntos en mi estrecho colchón-piedra (al que yo ya me he acostumbrado) y no caer al suelo de un culazo en el intento, nos fuimos a la Marktplatz, la plaza de la catedral.

Allí se organiza todos los sábados por la mañana un mercado de comida, un mercado que es la envidia del Aldi y hasta el Edekka. Hasta algunos Erasmus madrugan aposta para ir allá a comprar la fruta y la verdura de la semana… Así que ya era hora de ver cómo era aquello.

Lo primero que vimos, un puesto de queso con una cola de cinco personas. Acabábamos de desayunar, pero no pudimos resistirnos a un almuercito… Mi pan tenía tantas pipas encima que casi ni notaba el sabor del queso; te hubiera encantado, mamá.





Comimos en el Augustinerkeller, un restaurante típico alemán, de esos a los que hay que llevar a las visitas, y nos fuimos a Mainz-Kastel (en la otra orilla del Rin) a ver ese atardecer que Carolina y Sophie tanto me han recomendado. No había tumbonas en la miniplaya, pero nos sentamos en las ramas de un árbol y dejamos que el tiempo pasara. Muy bonito, sí señoras.







Tuvimos una cena compartida con Sophie, Miguel y Carolina de nuevo en el Augustinerkeller, que probaron por primera vez en un mes comida alemana. Y luego, quedamos con Sören y Marina para ir a tomar algo. Al final acabamos en un pub irlandés, donde desentoné con mi recatado té de manzanilla :). Cuando ya habían bajado las persianas, recogido todas las mesas a nuestro alrededor y colocado las sillas encima, y nos apagaron la luz decidimos darnos por aludidos y nos fuimos. Un poco brutos estos alemanes…

El siguiente destino fue “nuestro bar”, el pub de música rock que desprende humo hasta por las rendijas de las ventanas. Allí fumamos pasivamente hasta las cuatro, cuando el camarero nos dijo que si no consumíamos todos quedábamos nominados para abandonar el local.

Y ya se acabó, porque a las cinco salía el bus hacia Frankfurt-Hahn. Qué mal horario, ni da tiempo a dormir decentemente ni a salir de fiesta sin morirse de sueño en el intento. Desde aquí formulo mi queja a Ryanair… Pero bueno, el saldo del fin de semana es muy bueno, porque ya necesitaba la visita, que tenía ganas de ver a Vicente y estaba falta de cariño :)
Ahora a esperar hasta Berlín…