No me gusta repetir los viajes, porque entonces vivo de recuerdos, y mis únicos temas de conversación son lo que hice cuando vine con Pepito, lo que dijo Menganito cuando vimos esto, lo que ha cambiado este lugar desde la última vez. No es que los lugares no merezcan la pena de volver a vivir, es que prefiero descubrir nuevos, que no faltan.
Sin embargo, en cuestión de tres semanas he viajado dos veces a Berlín. Una ciudad gigante, fantástica, en la que cada calle puede sorprenderte… sobre todo en este último viaje. Repetí con Vicente las visitas más típicas, pero también modifiqué el itinerario para no aburrirme como una ostra. Y resulta que aún quedaba mucho por ver, incluso entre todo lo que creía haber visto ya. Como al leer por segunda vez un libro se descubren ciertos detalles que a primera vista pasan desapercibidos, Berlín se ha vuelto a abrir ante mí.
Y qué gusto recorrer dando un paseo el kilómetro y medio de muro que aún queda en la East Side Gallery (y ver las pintadas de las caras besuconas), avanzar por la Karl-Marx-Allee leyendo por qué era tan importante que los edificios fueran monumentales e iguales (así se trató de que el sentimiento de unidad calara entre la sociedad de la antigua RDA), entrar en todas las tiendas de segunda mano y curiosidades de la Bergmannstrasse, en el barrio de Kreuzberg, o tomar un pan con queso de oveja en el barrio turco…
Aventuras no han faltado, no podía ser de otra forma. Empezando por el revisor que nos dijo que no nos servía el ticket (no validado, para más inri) reducido por muy estudiantes que fuéramos porque es para los niños, pasando por el albergue en el que nos hemos hospedado (indescriptible, hay que ver las fotos) y acabando en el camino al aeropuerto, cuando nos enteramos de que el metro que queríamos coger no circulaba los sábados. Un buen saco de anécdotas que no hacen llevar sobrepeso ni con Ryanair (y ya es difícil).
Y la compañía, todo un placer ;)
 
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