Este puente se ha venido Maria a verme, a juzgar cómo me las apaño en Alemania, la tierra de las salchichas y los estanques de cerveza y, sobre todo, a probar las delicatesen del país.
La primera noche ya probó su primera cerveza de trigo y cebada, y casi no puede ni acabársela, pese a decir que ella bebe habitualmente… Se ve que las cervezas de aquí sí se diferencian mucho de las de España. Con buena compañía, hablando en varios idiomas y de temáticas más que diversas (camisones, fiestas, cancioncillas) fue haciéndose negra la noche, pero el plan de salir fracasó por la cola de tres cuartos de hora del Red Cat. Y encima, había que esperar en silencio.
Y qué mejor que esperar una hora en la parada del autobús, viendo como el conductor se equivoca de parada y sigue su camino sin recogernos, comiendo “la mejor salchicha que he probado” (y era la del puestecito de la Hauptbahnhof) y hablando con gente desconocida. Pues pasar miedo en el garaje y en el bosquecito del Berufschulzentrum a pesar de ser cuatro mujeres bien hechas y derechas.
Al día siguiente, lluvia. Ya estamos otra vez. Pero lluvia no, tormenta, rayos, truenos como masclets y todo acompañado de coches que se creen que están en el circuito urbano de fórmula 1 de Valencia. Aún así, conseguimos escapar de las tentadoras paredes de la residencia (con sus palomitas, sus películas, sus cafés, sus siestas y sus “vamos a relajarnos”) y visitamos Mainz. Y digo visitamos porque hasta yo descubrí cosas nuevas.
Cenamos como cerdas en el Augustinerkeller y salimos embarazadas y con una sonrisa bobalicona de “qué a gusto me he quedado”. Los amigos, sin embargo, no acompañaron, y el plan de salir a bailar fracasó una noche más.
Así que el viernes, como el tiempo acompañaba, nos fuimos a Wiesbaden, donde, gracias a las indicaciones de la simpática señorita de la oficina de turismo, descubrí nuevas partes de la ciudad. Las termas de 3,5 € la hora, la fuente Kochbrunnen, cuyo agua sale a 66ºC, el mercadito casero en el que los niños venden sus juguetes y el casino hubieran pasado de largo por nuestras vidas de no ser por nuestra incompetencia momentánea para leer los mapas diminutos.
Un trozo de pan con carnaza después, nos fuimos a la naturaleza, a que Maria viera de qué color es el verde. A paso de abuelas subimos la montaña y nos fuimos a dar un paseo de dos horas por un bosque precioso, pre-cio-so, de esos que “me están encantado”. Se oía al viento correr entre los árboles, y de tantas hojas que tenía que esquivar parecía que nos persiguiera un coche.
Ya por la tarde constatamos que en Alemania ya hace tiempo de bañarse en la piscina y soñar con helados, y nos fuimos a escuchar un concierto de música a la plaza de la fuente ardiente. Los niños correteaban con sus bicis sin pedales, los borrachos, vestidos de payasos y con mucho ritmo, bailaban, los miniPedros albinos hacían travesuras, las embarazadas se reunían a nuestro alrededor y los chicos con rastas jugaban a hacer malabares.
Una noche más, aunque esta vez por nuestra culpa, el plan de salir a bailar fracasó. Ni el “no existe el sueño, somos una roca, no estamos cansadas” logró disuadirnos de hacer lo que ambas queríamos: dormir. Y quien dice dormir dice doce horas de sueño, porque en verdad estábamos cansadas.
Ayer, después de ampliar la colección de guías de viaje para mi mesita de noche (Venezuela, Côte d'Azur y El Rin en bicicleta), nos fuimos al mercado, acabamos comiendo queso y pan en el rin como unas buenas erasmusianas y nos volvimos a casa a descansar antes del festival de reggae en Mainz-Kastel. La primera en la frente: no nos dejaron meter comida ni bebida, así que tuvimos que comernos nuestra exquisita tortilla de patatas sentadas en el césped a la luz de la silueta de Mainz.
Bailamos al son del reggae más extraño que he escuchado en mi vida (si es que antes lo había escuchado) durante horas, respirando el aroma a carne asada por cada poro, y relajándonos con el vaivén de las canciones sobre África. Luego aún sacamos un ratito para Miguel en el Extrablatt y caminito a casa.
Y aquí estoy yo otra vez, sentada en una mesa individual con un único mantel, un único vaso, un único tenedor y un único cuchillo comiendo la pasta que no es pasta porque se pega hasta en las paredes y el lomo que nos sobró de nuestra primera cena.
¡Vivan las visitan, que le alegran a una la vida!
Cenamos como cerdas en el Augustinerkeller y salimos embarazadas
ResponderEliminary tan tranquila... Maria te ha alegrado el puente, eh? Un beso!!
Es que los platazos que nos jalamos merecen que hable así...
ResponderEliminarme ha gustado l detalle de "competencia momentanea para leer mapas diminutos.."ja!!! q a nosotras se nos dan muy bien los mapas coñi!! q se han creido eh mar?jaja q nos iban a tener dando vueltas mas d dos horas xq nos hayams perdido¿¿?? pues noooo fue xq kisimosssss jaja.y lo de los minipedros albinos..tela. lo mjr fue l d las rastas..aisss. y mpezar a creer q ls xikos wapos nos tan todos n italia...
ResponderEliminara mi tb me alegran la vida estos viajes...gràcies! y no sigas comiendo pasta q se pga n las paredes x favr, sacrilegio!
maria