miércoles, 10 de junio de 2009

LUXEMBURGO

El martes, sin perder tiempo, sin dejar que el cuerpo descansara del tute de la semanita en España, me uní a otra excursión erasmusiana: Luxemburgo, el vigesimoquinto país que visito. Entre que salimos bien de mañana y el traqueteo no hubo manera de leer los textos de relaciones internacionales, esos inseparables amigos de Carolina y míos en vísperas de miércoles.

La primera parada la hicimos en el Tribunal de Justicia de la Unión Europea que, por algún motivo que ni siquiera los guías locales conocían, está situado en el minipaís. No es casualidad que nadie conozca a ningún luxemburgués, ¡es que el país tiene solo el doble de habitantes que Mainz! Todos esperábamos mucho de la visita, pero lo único que hicieron fue sentarnos en una sala con micrófonos, ponernos cinco vídeos y enseñarnos tres carteles cutrones a los que denominaban “la galerie”.

Y claro, que a estas alturas, a Carolina y a mí nos vengan con microfonitos después de haber estado una semana en el parlamento europeo… :-) Pues no.

La segunda parte de la excursión era una visita “por cuenta propia” a la ciudad de Luxemburgo durante tres horas, que al final fueron dos por culpa de las obras que están haciendo en el “quartier européen”. Sophie y yo fundamos el club de los turistas-que-quieren-ver-una-ciudad-entera-en-poco-tiempo-aunque-ello-signifique-correr-o-no-parar-ni-para-comer-un-bocadillo. Sebas y Mauro, los colombis, se nos unieron, y también un alemán rubio rubio que ha pasado algún tiempo en América Latina y vio en nosotros la oportunidad perfecta para sacar su español del armario y desempolvarlo un poco. Así que nos fuimos corriendo a verlo todo…todo todo. Nos dio tiempo hasta a visitar las casamatas, unos túneles subterráneos que hay dentro de la antigua muralla de la ciudad y que ahora son patrimonio mundial de la UNESCO. Íbamos tan sobrados, que el rubiales y yo hasta nos perdimos por un túnel y volvimos a ver la luz del sol justo al lado de la salida… ¡menos mal que los demás no estaban muy lejos!

Bajamos en el ascensor que utilizan los locales para bajar al Grund (o planta baja), es decir, a la zona situada fuera (y abajo) de la muralla. Las vistas eran preciosas, y además descubrimos un expreso que nos daba la vuelta a un miniparque en tres minutos. Así que allí estábamos todos emocionados porque el trenecito, que iría a dos kilómetros por hora máximo y no medía más de cincuenta centímetros… como si fuera una montaña rusa… :-) Corriendo y sin aliento volvimos a subir a la parte alta de la ciudad… justo para ver cómo se ponía a diluviar en cuestión de segundos. Tan solo tuvimos que andar doscientos metros hasta la puerta de la catedral, pero llovió, diluvió, paró y volvió a diluviar… El tiempo se volvió loco.



Pero más loco se volvió durante la tercera parte de la excursión, cuando paramos a hacer un picnic y una cata de vinos a orillas del Mosel, un afluente del Rin. Paramos en Bernkastel-Kues, un pueblecito que es una maravilla y que, gracias a turistas intrépidas como Sophie y yo, pudimos visitar (pensaban que nos fuéramos si verlo). A mitad picnic, cuando todas las papas con sabor a pimiento, los panecillos de ajo y los minibrezel estaban abiertos y la gente ya había probado dos o tres tipos de vino, llegó la ira del señor.

Y se debió de enfadar, porque menudo agua cayó. Algunos no desistieron a tener su picnic sentados en el césped y construyeron un iglú con muchos paraguas, otros nos quedamos de pie alucinando porque se veía dónde comenzaba la lluvia…era cuestión de metros. Aquí llueve, aquí no, aquí llueve, aquí no,...

Pero el plato grande, el final apoteósico de la excursión (o de la ira del señor, según como se mire) llegó mientras esperábamos al autobús para que nos recogiera. Empezó a llover muy rápido, se cogió, luego diluviaba, y por fin pudimos subir al bus algunos. Porque otros, como Carolina, estaban en mitad de un puente sin paraguas, y a ellos les cayó la tromba de agua con toda su fuerza. Desde el autobús se veía todo blanco de la lluvia y el viento hacía que el agua cayera como si fueran olas. Los más desgraciados llegaron empapados de arriba abajo. Como si se hubiera caído el puente y hubieran tenido que cruzar el Mosel a nado…

Quién iba a saber que esta situación se repetiría a lo largo de la semana…varias veces.

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