domingo, 6 de noviembre de 2011

Torontontero

Llegar a Toronto en sí fue una aventura, pero lo conseguimos. Aunque para ello tuviéramos que esperar veinte minutos a un autobús, ir hasta la última parada y coger el metro. Nos fuimos a la zona de Yorkville, que nos habían dicho que era "el Greenwich Village" de Toronto, con mucho bar y tiendecitas. Miau miau miau miau. 

Al menos vimos el Royal Ontario Museum, este edificio tan bonito y me tomé un pumpkin spice hot chocolate, es decir, un chocolate calentito con sabor a calabaza. Como estamos en otoño, le ponen a todo calabaza... y ¡me encanta!



Habíamos quedado en Yogue St., la calle más larga del mundo (aunque yo había leído que Broadway, en NYC, era también la más larga del mundo, así que no sé) con una conocida de Miguel. Mientras la esperábamos mirad qué cartel vimos. ¡Clases para adquirir un acento canadiense! En otras versiones del anuncio decían "porque eres profesional". Muy fuerte.


Ya con Laurence (es de Montreal, donde hablan francés), nos fuimos al mercado de St. Lawrence.


Mirad qué zanahorias más multicolor:


Por supuesto, que no falten las calabazas de todos los colores y formas:


Ni las coles blancas y amarillas:


Como en Estados Unidos, se ve que en Canadá también tienen que avisar de todo para que no les demanden. Por si acaso, los tenderos del puesto de olivas avisaban de que pueden tener hueso. No se me vayan a atragantar...

 
De ahí nos fuimos dando una vuelta hacia el Hockey Hall of Fame, este edificio antiguo  que contiene el museo del hockey.


No entramos dentro, pero las fotos que no falten:


También nos acercamos a la estación de tren de Toronto, que a mí me repordaba mucho a la Grand Central Terminal de Nueva York.


Los torontonianos (y no me lo he inventado) también tienen un edificio Flatiron. Éste sí es más bonito que el de Nueva York.

 
Y Laurence nos llevó a Kensington, un barrio hippie, lleno de grafittis y mercaditos. Mucha gente joven en la calle, y mucha tiendecita. Pasamos un buen rato buscando una tienda de queso que le habían recomendado, pero no por la calidad de los productos... ¡sino por la de los dependientes! Por lo visto están todos como un tren, y la gente acude a su tienda solo por eso. Sin embargo, tras entrar en tres charcuterías y salir a los dos segundos diciendo "parece que aquí tampoco era", abandonamos la búsqueda. Si alguien va y lo encuentra, que me lo diga.

Lo que sí vimos fue el típico coche-maceta:


La típica bicicleta para hacer malabares:


Y a los típicos tontos de turno saltando de nuevo:


Estábamos al lado de Chinatown.

 
Y, además de enseñarle a Elisa algunos mudras bollywoodienses mientras descubríamos Toronto, intenté hacer con Miguel y James una figura de muchos brazos. No está mal para ser un primer intento, aunque la bolsa con el periódico local que lleva Miguel entre las piernas hace que perdamos todo ese brillo elegante que habíamos adquirido haciendo este en mitad de la calle.


La CN Tower, como siempre, de fondo. En Toronto hay varias líneas de tranvías - hay unos viejunos y preciosos, pero no he puesto esa foto porque no ponía Spadina (el nombre del destino). Lo de Spadina es una larga historia, pero se puede resumir en que, mientras íbamos en metro hacia Toronto, dijeron el nombre de la parada y todos excepto James (maldito native que le quita la gracia a todo) entendimos "esvayáina", es decir, "s-vagina". A lo largo de todo el día lo oímos varias veces y, excepto en una ocasión, a mí siempre me pareció que decían eso.


Además, me compré un molde para hacer galletas con forma de arce, la hoja que corona la bandera canadiense, así que mientras esperábamos al metro, Elisa se dedicó a hacer composiciones fotográficas:


Nos compramos tickets de grupo para el metro, y parecían rasca y gana. Miguel al final se quedó con las ganas de rascarlos...

 
Por cierto, también vimos ardillas negras. En Europa rojas, en Estados Unidos, grises y muy descaradas, y en Canadá negras... Me pregunto cómo he podido vivir todo este tiempo sin saberlo...


Y después de comer en un mexicano, donde mi subconsciente se empeñaba en hacerme hablar inglés en vez de español, nos fuimos hacia el símbolo de la ciudad: la CN Tower, que mide 553,33m y fue la torre más alta del mundo durante 34 años, hasta que construyeron el Bhurj Kalifa y la Canton Tower.


Para subir, además de pagar $23, te hacen pasar por estas puertas ionizadoras que detectan explosivos. Eso es lo que te dicen, porque lo que se ve (y siente) es como esas puertas te escupen aire. Y es bastante desagradable, tipo el ritual a la Pachamam de Ecuador donde una amable señora te escupe el licor que se acaba de meter en la boca.

 

Arriba (que no es tan arriba como podría ser, es una torre-trampa), está situada la cave-à-vin más alta del mundo. Vamos, que ya no podían decir que tenían el restaurante 360º más alto del mundo y tuvieron que cambiar de eslogan.


También tienen un suelo de cristal que da bastate yuyu.



Además, desde principios de 2011, ofrecen una forma alternativa de subir a la torre. Al aire libre y con arnés, asomándote al vacío. A pesar del viento y el frío que hace ahí arriba, pero sobre todo del vértigo, hay gente que se atreve a probar. Por $175 te dejan el mono, el arnés y te regalan un vídeo donde se te ve asomándote al precipicio.



Al resto de mortales, sin embargo, se contentan con ofrecernos fotos tan bonitas como ésta:


Después de la torre, cuando ya casi estaba atardeciendo, intenté que fuéramos en ferry a las Toronto Islands, unas islas que están justo enfrente de la ciudad y desde las que, por tanto, íbamos a tener unas vistas estupendas del skyline. Miau miau miau miau again. Como no era verano, ya no nos dejaban ir hasta allá.


Aún así, el atardecer desde el paseo marítimo de Toronto no fue feo (y menos con un pumpkin spice chai latte en el cuerpo (en cristiano, té indio con sabor a calabaza):



Para cenar nos fuimos hacia Little Italy. Sin embargo, debieron de cambiar la escala cuando hicieron el mapa de Toronto, porque definitivamente NO estaba cerca del metro. Ni de Chinatown. Ni de Little Portugal. Ni de nada, vamos. Cuando el frío nos superó, nos metimos en un diner y nos tomamos unas buenas hamburguesas. Había una gramola, pero no funcionaba :-(

 
Después de cenar convencimos a James para ir a buscar una casa que, según Laurence, habían convertido en un bar. En cada habitación ponen música diferente, y el ambiente es supuestamente muy bueno. Miau miau miau miau de nuevo. No la encontramos, pero al menos vimos La Casa Mejor Decorada Para Halloween Aunque Hubiera Sido Cinco Días Antes Del Mundo. Del árbol colgaban huesos y estaban cubiertos por telarañas con arañas gigantes. Alucinante, de verdad.


En fin, Toronto es bonito, pero yo me esperaba algo más. Aún así, se me quedaron cosas en el tintero, como Miguel muy amablemente me recordaba:
  1. Ver el atardecer desde las Toronto Islands.
  2. Recorrer parte de los 28 km de pasadizos subterráneos que recorren el centro y conectan los edificios y tiendas más importantes. Es la superficie comercial subterránea más grande del mundo y es muy útil en invierno, cuando hace tanto frío que la gente hace lo que sea para no tener que salir a la calle. Al final no fuimos porque Laurence nos dijo que eran como los túneles del metro que conectan paradas, pero yo no me lo creo.
  3. Ir al Bata Shoe Museum, un museo de zapatos que reúne unas 14.000 piezas. Desde zapatos antiquísimos hasta los modelos más nuevos y de moda.

1 comentario:

  1. jajajajaja tu post con el que mas me he reido! :)

    besos, miguel

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