viernes, 16 de diciembre de 2011

Una mañana en Boston

A la mañana siguiente, como me daba pena haber visto todo el casco histórico de Boston de noche (y con la poca luz que daban las farolas), repetí parte del recorrido. Me acerqué, por ejemplo, a la Custom House Tower, que tiene un reloj enorme en la parte superior y por parte es siempre reconocible.


Me volví a acercar a Faneuil Hall y vi a otro personaje gigantón.


Y acabé en Chinatown, donde también había un pequeño arco. Nada que ver con la de Nueva York, pero aun así es algo curioso.


Como siempre, yo iba con mi mapa todo rallado y con un post-it con las cosas que tenía que hacer/ ver/ comer, cortesía de Morna y Ju Hyeon.


También me acerqué al puerto, aunque con el viento frío y la lluvia que hacía no había mucha vida que digamos. Aunque en uno de los stands vi que, en verano, ofertan excursiones de 3 horas para ver ballenas.


Lo que sí había era casas flotantes para patos.


Y paseando por allí vi a estos niños de prescolar. No sabía yo que ahora las cuerdas para cogerse tienen agujeros de colores para que cada niño sepa cuál es su sitio.


La langosta es uno de los platos más típicos de Boston, y mirad qué escaparate encontré paseando por ahí…


También hay un paso de cebra donde, incrustadas, en el suelo, hay figuras doradas que simulan una hoja de periódico, plátanos, tomates, un trozo de pizza. Por si no había basura, para inventarla.


Y como apremiaba el hambre y estaba cerca, me fui de nuevo a tomar sopa de almejas, solo que esta vez aproveché para hacer una foto de la zona del comedor. Las paredes son todas de ladrillo, cuelgan carteles antiguos y las mesas y sillas, de madera, están ahí para el que quiera. Y si vas solo, puedes sentarte a compartir el rato de la comida con alguien.


El postre me lo tomé en Little Italy, en Mike’s Pastry, que me la habían recomendado. Lo que no entraba dentro de los planes iniciales era ir a comprarlo con el tendero del comercio de enfrente y acabar partiéndonos dos cannolis para así poder probar diferentes.


También descubrí un monumento al Holocausto que me pareció muy fuerte. Son columnas rectangulares de cristal que transcurren a lo largo de un camino. Del suelo sale vapor, que después de rodear a los peatones, sube por las chimeneas.


Y pasando a algo más alegre, me acerqué al Frog Pond, que está en el parque del centro histórico. Mirad qué ranitas más monas hay en la orilla.


Ahora, en invierno, el estanque pasa a ser una pista de patinaje.


Además, el parque estaba lleno de ardillas súper gordas. Yo ya no sé a qué esperan para empezar a hibernar, la verdad.


Por el parque vi a unas chicas que iban de excursión con niños pequeños y una de ellas llevaba el carro para seis niños del que os hablé. Menuda carrera me pegué para hacer la foto…


Este edificio es el Boston Common, y es el inicio del Freedom Trail.


Y por último os dejo con una publicidad de Starbucks que me encanta. En muchos de sus escaparates han puesto frases como “Volvamos a descubrir por qué somos mejores amigos”. Y justo pasé en el momento perfecto.


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